martes, 2 de enero de 2018

PRIMER AÑO SIN FANDIÑO / por Antolín Castro

Iván Fandiño siempre en el recuerdo


Una pérdida dolorosa se mire por donde se mire, un hueco imposible de llenar. El torero de Orduña no era uno más, tampoco el mejor o el peor, era un diestro único, inconfundible, dado su compromiso con todo lo que representaba la lucha y la autenticidad. Podríamos decir que era casi el torero ejemplo, o modelo, de lo que tiene que ser un torero.


PRIMER AÑO SIN FANDIÑO

Una pérdida dolorosa se mire por donde se mire, un hueco imposible de llenar. El torero de Orduña no era uno más, tampoco el mejor o el peor, era un diestro único, inconfundible, dado su compromiso con todo lo que representaba la lucha y la autenticidad. Podríamos decir que era casi el torero ejemplo, o modelo, de lo que tiene que ser un torero.

A la tan difícil misión de ponerse delante de un toro, hay que unir otros factores en esta sin igual carrera. Hay que salvar montones de obstáculos para poder decir que se llega a la cima. Pero esa cima que hay que escalar salvando cuantas pruebas te depara el camino, no esa cima a la que se llega en fonicular.

Eso representaba Iván, el esfuerzo, la lucha, el no desfallecer hasta morir en el intento como, finalmente, le sucedió. Siempre ha habido toreros buenos y malos, famosos y desconocidos, ricos y pobres, jóvenes y mayores, que cayeron por el envite de las astas de un toro. Pero ninguna de esas posiciones era la de Fandiño, porque él, si cabe, las representaba todas.

De ahí que su clasificación se corresponda con la del guerrero que se afana por salir de una para llegar a la otra. No era pobre pero estaba en el camino de hacerse rico; no era el más famoso pero tampoco era un desconocido; no era joven pero había gastado muchas etapas de la juventud para llegar arriba antes de hacerse viejo.

No era considerado tan bueno como otros que ni siquiera tuvieron que ascender a pie, pero no era malo porque su carrera se cimentó en enfrentarse siempre a todos los encastes desde la autenticidad. Es decir, que no sería bueno sencillamente porque era mejor.

El 2017 se lo llevó y 2018 solo nos puede traer su recuerdo. De momento, así ha sucedido para quien escribe nada más terminar de escuchar la duodécima campanada.

En los albores de este recién nacido 2018, lo primero que me llega a la mente, taurinamente hablando, es que no podré ver más en los carteles y en los ruedos a Iván Fandiño.

El ritmo de las doce campanadas nos ha llevado a meternos, casi sin darnos cuenta, en la nueva temporada -por supuesto hablamos de España y Francia- de 2018. En ella, en los cientos de carteles que se confeccionen, nos faltará Iván Fandiño.